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Síndrome del nepotismo. Locura del poder


La unidad de un pueblo es su fuerza y su duración; la división el mal y causa más segura de su ruina. La voluntad de los ciudadanos es la esencia del factor unidad para la paz. En las postrimerías de las civilizaciones la desconfianza, inseguridad y desesperanza eran obstáculos para la convivencia entre las comunidades, pues los hombres dominados por sus pasiones y visiones -perspectivas imperfectas- diferentes humores, inestables ánimos con insaciable sed de poder no escatimaban recurso alguno para alcanzarlo. Se fueron tornando insociables por los intereses que les perturbaban la razón por la situación reinante.


Se hicieron intratables e incompatibles, pues no encontraban sosiego en el temor que les infundía la asechanza de aquellos que atentaban contra la propiedad en un estado de ilegalidad en donde todos podrían ser dueños de todo y dueños de nada; y lo que se tenía no sabían cuánto ni qué tiempo se les permitiría conservarlo.


El desorden era total, de una lucha de todos contra todos, en donde las leyes de naturaleza dejaban el sentimiento de que el hombre era un lobo para el hombre: homo homini lupus.

Todo hombre para otro hombre es un competidor. Los pensadores de la Antigüedad coincidieron en que la especie humana se desarrolla mejor viviendo en estado de sociedad, en el que el ser humano sea una insignia de hermandad y ayuda mutua; más aún, viviendo en sociedad y dándose un amo para hacer posible vivir en paz.


La voluntad particular de las personas presentaba condiciones de salir del estado de naturaleza para en una voluntad general combatir en sociedad a todos aquellos que atentaban contra los derechos de los ciudadanos. Esto satisfizo el mejor sentido, es decir, estar sometidos a un guía por consentimiento de todos, por la voluntad general y partiendo de la primera idea de mando y de autoridad humana como es la figura del padre, surgiendo así los reyes soberanos por consentimiento o por conquista de los pueblos. De esa forma, se dio la convención de someterse a un representante de la sociedad o cuerpo de gobierno que los regulase a todos.


Con el paso de los siglos la forma de gobierno que en algunos casos fue, monárquica pontifical, con poder dual Rey Papa, unido el poder temporal al espiritual, encarnado en una sola persona, fue quebrantado. La voluntad general proclamó la libertad, igualdad y derecho individual a la propiedad permanente. Concentrada así la voluntad popular y depositada en un monarca terrenal, desechando la figura papal del rey; después, en un cuerpo de gobierno con autoridades jerarquizadas y delegadas se fue consolidando el Estado social republicano.


Desde Herodoto, Platón y Aristóteles, en las formas de gobierno: monarquía, aristocracia y democracia, la tendencia a la conquista del poder -cualquiera que fuera su forma- acompañado del síndrome del nepotismo, ha sido el objetivo por instinto conciencia y por una idea perpetua de dominio que no permite momento de reposo a aquéllos profesionales y diletantes de la política, que su sed no es más que el deseo ferviente de figurar por el prestigio, las facultades que el poder confiere para incurrir en nepotismo, en el reparto de los cargos públicos depositados en ungidos que forman ejércitos de arribistas y diletantes aventureros políticos sin vocación de servicio, con el acceso a fabulosos y auténticos botines; lo que se traduce en la más descarnada corrupción.


La aporía del mexicano se resolverá con una reforma profunda casi de la mayor parte del articulado de la Carta Magna o, en su caso, dar el salto histórico de expedir la renovación total de la Ley Suprema de México con una potencia tal que coadyuve a forjar el constitucionalismo de la vida nacional que con la voluntad de todos salvemos nuestra gran Nación de una vez por todas, que se encuentra en cuidados intensivos, en los que intervienen médicos incapaces que no tienen el grado de especialistas.


En las diferentes épocas en las que los reyes se sucedían los tronos en forma hereditaria exclusivamente a príncipes primogénitos de varón a varón, el nepotismo real de la corona en turno con todo el alcance del concepto concedían a sus allegados y familiares títulos nobiliarios y todo tipo de bienes y privilegios, formando desde entonces élites de prebendados, incluso atentando contra el patrimonio de los súbditos a toda costa "por interés público"; ésta es una herencia que subsiste hasta nuestros días.


Existió la máxima secular de que la monarquía era sagrada en los príncipes soberanos, puesto que obraban como ministros de Dios. Al rey se le daba el título de ungido del Señor.


En nuestro país si bien el cargo del más alto detentador del poder omnímodo del Ejecutivo no tenía el calificativo de sagrado, sí caía en el absolutismo desde el Virreinato, siguiendo con el Imperio, después con el prolongado régimen porfirista y más extenso en el periodo revolucionario.


El síndrome del nepotismo se radicalizó en el sistema presidencialista trascendiendo más allá de la transición del 2000, que al parecer se extenderá durante el trayecto del siglo en curso con el arribo del régimen de la esperanza, que conserva la omnipotencia de la presidencia de la República. Una vez ungido, el presidente no debe dar cuenta a nadie de lo que ordena, ya que cuando el presidente ha decidido no hay otra opinión.


El cargo a la primera magistratura de la Nación despierta pasiones, ambiciones, sentimientos, expectativas, y pone a prueba el equilibrio emocional que, en ocasiones, cobra consecuencias en la sociedad, que convino mediante el pacto social en darse instituciones bajo la responsabilidad de tres Poderes; está en uno de ellos encarnada en un solo hombre en principio. El Poder Legislativo por su encomienda y composición debería ser el de mayor jerarquía; sin embargo, esta falla fue de origen. El inmenso poder concentrado en el Ejecutivo, aunado a los billones de pesos encomendados a la discreción de un régimen que recluta a las más disímbolas mentalidades, despierta igualmente actitudes inimaginables, que van más allá del raciocinio de cada funcionario y político que ocupan los altísimos cargos públicos.


Similar situación es observada en los gobiernos de los estados y municipios en los que no existe pleno juicio, salvo casos encomiables; asimismo, se refleja en el Congreso General y el Poder Judicial de la federación que gozan de presupuestos descomunales que sus colegiados se autoasignan; invierten y gastan desenfrenadamente con mínimos controles. De ahí la lucha encarnizada por los interesados en conquistar los puestos públicos, porque la política es una empresa de interesados.


La gran familia revolucionaria, surgida de la denominada por algún escritor dictadura perfecta de sucesivos regímenes priístas, con sus subsidiarias a lo largo y ancho del país, compuesta en sentido estricto de verdaderos familiares consanguíneos, ha sido reducida prácticamente a la nada en algunos estados. El nepotismo a ultranza, primogénito de la corrupción, favoreció a una pequeña porción de la sociedad: la élite política y a otros grupos subsidiarios del sistema político y económico, siempre dejando fuera a cuadros malqueridos, algunos verdaderamente valiosos que coadyuvaron a la construcción de la democracia y la justicia para unos cuantos ungidos para los cuales fueron de gran amplitud en los tres Poderes del Estado, en donde muchos se enriquecieron con el cargo de manera estúpida; otros funcionarios públicos y particulares han tenido trato privilegiado y distinción suprema en el fisco; algunos más, con concesiones de gran envergadura, contratos, etc.


A otros sectores se les benefició en una mediana democracia, como la burocracia bien remunerada, incluidas las dirigencias de grandes sindicatos electoreros y sus ejércitos de seguidores, así como de otros partidos; también donde yacen los sectores de altos ingresos; asalariados de diferentes niveles y los de ocupación libre informal se les beneficia en una democracia mínima; y por último, en una microdemocracia o deficiente democracia, donde se hacinan los paupérrimos de marcada pobreza y hasta pobres extremos, pulula la gran pluralidad de seguidores, que no necesariamente militantes de los diversos partidos, carentes de oportunidades y servicios públicos adecuados, a los que el Himno Nacional ya no conmueve, quizá a estos miserables la Marsellesa les levante el ímpetu.


Aquellos que hacen gala de la máscara suntuosa de la sobrehumanidad no portan sino aquélla de la inhumanidad cuando no sea la de la peor animalidad. Cuando la vergüenza les alcance a los políticos de las diferentes familias, tránsfugas trapecistas o chapulines que el concepto de democracia se les presenta en forma de pastel, cuando hayan meditado acerca de la dimensión de las rebanadas que se han despachado, y que tienen deudas con sus correligionarios que ya no tienen la menor oportunidad de saldar porque carecieron de voluntad que significa querer, salvo que ahora desde su nuevo feudo que hereden en el PRIMOR, quisieran reivindicar a sus otrora fieles seguidores, auténticos soldados de partido, se darán cuenta que ya no podrán acudir a su llamado, pues estamos seguros que fueron bien nacidos de familias ejemplares. Argumentan que los ciudadanos les piden que acepten ser sus candidatos pues no hay otros como ellos que los puedan conducir a mejores estados de vida. No cabe duda que la libertad es un prurito que causa escozor "los esclavos lamen sus cadenas", expresó alguna vez Rousseau.


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